Empezando este capítulo me di cuenta que en el capítulo anterior había iniciado con un "Miércoles, 18 de junio de 2017". ¡Qué imbécil!, ¿no crees? Sí, yo también lo creo así.
Bueno, si nadie me avisó supondré que nadie se dio cuenta, o al menos eso espero. No me gustaría que lo hubieras notado y no me avisaras por el simple hecho de burlarte de mi estupidez cada vez que leyeras aquel error en el blog.
Por mucho que estas semanas lo que más quería era poder escribir muchos capítulos, no he podido avanzar prácticamente nada. El calor este mes ha sido insoportable, y de verdad que me quita todas las ganas de poder escribir. Incluso a estas horas de la noche (01:46) siento que el calor me funde. Y lo peor es que para el día jueves se pronosticaron 38°C en Concepción, de modo que para ese día no esperes capítulo alguno, pues muy probablemente no estaré de humor para escribir y publicar alguno.
La verdad es que este capítulo se me ocurrió hoy (bueno, ayer martes) después de una extraña cadena de sucesos que me recordaron aquel cerdo que vive dentro de mí y que no puede permitirse el dejar de comer. Estaba —como ha sido costumbre estas últimas semanas— en el living de mi casa, acostado en el sillón viendo la teleserie "Elif", cuando de pronto me entraron unas ganas de comer algo, lo que fuese (había almorzado hacía no más de media hora). Contra mi voluntad opté por levantarme del sillón y decidí ir a buscar algo que comer. Llegué a la despensa y encontré algunos paquetes de galletas Tritón con crema de vainilla, por supuesto. No puedo entender cómo es que hay gente que disfruta comiendo galletas Tritón y/o Frac con crema de chocolate entre las dos capas de galleta: se me hace algo absurdo; es como comer pan con pan, por ejemplo. Bajo ninguna circunstancia me ofrezcas galletas de ese tipo; aunque esté muriendo de hambre, no hay duda en que amablemente te las negaré.
Fuente imagen: Google + Paint.
Bueno, la cosa es que, tras ingerir aquellas exquisitas galletas en un santiamén, me quedé pensando en lo conchesumadre que es Arzú, y de pronto me entraron unas ganas de comer algo salado. Las galletas dejaron mi paladar demasiado dulce y necesitaba contrarrestarlo de alguna u otra forma. Cuento corto, me encontré unas papas fritas y ni lo pensé dos veces para devorarlas. Por un momento pude neutralizar lo dulce que había quedado mi boca, pero creo que me excedí y ahora se me hacía demasiado salada. Necesitaba comer algo dulce.
Así, este ciclo se repitió por la eternidad y me convertí en el panzón que soy hoy en día.
De todo corazón espero no ser el único subnormal al que le ocurre este tipo de situaciones tan agridulces. Es como cuando uno está acostado por la noche, tapado completamente. De pronto, te da un calor infernal y decides liberar ambos pies para utilizarlos como termostato y así conseguir bajar la temperatura para intentar dormir. Pero no, el termómetro corporal baja más de lo que querías y ahora te sientes desnudo en el mismo ártico, de modo que se te ocurre dejar un pie adentro y el otro afuera de las capas de la cama. Asunto arreglado, conseguiste esa perfecta y agradable temperatura corporal que te permitirá tener una excelente noche durmiendo plácidamente sin frío ni calor. ¿Dime que nunca te ha pasado? Aunque lo niegues, sé que te ha pasado alguna vez y por eso te estás riendo.
Bueno, no sé qué más agregar en este capítulo así que lo cerraré en este instante. Ya sé que es una historia de mierda, pero es un tema realmente interesantísimo para lo que a mí respecta, así que espero no te disguste tanto como las ganas de comer algo dulce después de comer algo salado, o viceversa.
Próximo capítulo: "¿Perro o gato? (31/01/17)"
¡Muchas gracias por leer!
¡Qué tengas una buena noche!
Recuerda darle un like a la página de facebook y dejar tu comentario en este post o en el Chat, al costado derecho del blog.
¡Muchas gracias por leer!
¡Qué tengas una buena noche!
Recuerda darle un like a la página de facebook y dejar tu comentario en este post o en el Chat, al costado derecho del blog.
No hay comentarios:
Publicar un comentario