Domingo, 19 de febrero de 2017.
Hace unos días fui a Coronel (comuna que queda a apróximadamente una hora del gran Concepción) a visitar a mi queridísima Javiera. Tengo la dicha de vivir en un sector en el cual la gran mayoría de las micros (buses) inician su recorrido y vienen, en general, vacías, de modo que siempre tengo la fortuna de poder escoger el asiento que se me dé la gana. Todo bien hasta aquí; el problema surge cuando todos los asientos del lado de la ventana están ocupados. Es algo que SIEMPRE se va a dar, eso de que las personas prefieran sentarse en cualquier puesto doble que esté vacío, antes que sentarse del lado de otra persona. Y nunca faltan los mala leche que se sientan del lado del pasillo y ahí se quedan, dejando el asiento de la ventana vacío e inaccesible para los demás. Son los conchesumadres más grandes que pueden existir dentro de un bus, casi tanto como aquellos que sólo se dedican a manosear y a puntearse a las mujeres. Sí, casi están a su nivel, pero esto lo encuentro algo mucho más desagradable que lo último mencionado.
Ya habiendo desahogado innecesariamente ese punto, puedo proseguir con la historia.
Fuente imagen: http://rutas.excite.es/cuales-son-los-asientos-mas-seguros-en-un-autobus-y-en-un-tren.html
Para el viaje de ida, decidí ubicarme en el antepenúltimo asiento de ventana del lado izquierdo, es decir, del lado del chofer. Todo iba bien hasta que la micro llegó a la Vega Monumental. Subió mucha gente, y todos los puestos dobles quedaron ocupados por al menos una persona. De pronto, se sube un sujeto de unos 26 años y ya sabía lo que iba a pasar. Aún habiendo 10 puestos de pasillo libres aparte del que estaba a mi lado, el tipo se sentó a mi lado. En mi mente me preguntaba "¿por qué siempre al lado mío?", y pienso que puede ser por el asiento estratégico en que me ubico, muy cerca de la puerta trasera del bus. Pero, no entiendo. Habiendo tanta mujer guapa en la micro, el sujeto decide sentarse al lado de un tipo con audífonos que lo siguió con la vista desde que se subió al bus. ¿Por qué?
Loco, si me subo a una micro sin puesto doble vacío, lo último que querría sería sentarme al lado de otro hombre, al contrario; hay que aprovechar las oportunidades que te da la vida y sentarte al lado de —ojalá— la chica más hermosa del bus. De pasada le das chance a otro compañero de género para que pueda recibir a una mujer a su lado. Pero no, el huea siempre se tiene que sentar al lado mío.
Es impresionante la mala suerte que tengo cuando viajo en bus. Ya sea una micro para andar por la zona, o bien cuando me dirijo al terminal para salir de la ciudad, siempre, pero SIEMPRE tiene que sentarse a mi lado un ser totalmente desagradable. Recuerdo las veces que he ido a Santiago: si no era el típico sujeto con olor a tabaco, era el con olor a marihuana y, si no, el con olor a alcohol. ¡Conchesumadre, cómo va a ser tanta la mala suerte! No importa que compre los pasajes con semanas de anticipación o si los compro minutos antes de que salga el bus, siempre es lo mismo.
Recuerdo en especial una vez que fui a Temuco. No recuerdo cuándo concha fue, pero recuerdo que llevé mi Nintendo 3DS, y que en un punto empecé a marearme (fueron horas jugando). A mi lado, un luchador de la vida, un honorable hombre padre de familia que resultó ser todo un ejemplo a seguir. En el puesto doble de adelante, una mujer, que resultó ser la esposa del caballero de mi derecha y, a su lado, su hija pequeña. Todo normal, hasta que ocurrió...
El señor resultó ser un tanto... hiperactivo, y comenzó a darle palmadas en la cabeza a su esposa e hija, molestando cual niño de diez años que busca llamar la atención. "Bah, podría ser peor", pensé. Estaba, para mi mala suerte, en lo cierto.
El señor no paraba de insistir de que tenía hambre, así que su señora amablemente le facilitó un bolso en donde traían algunas galletas, sandwiches y cosas por el estilo. Yo, mareado, estaba a punto de explotar al recibir el aroma de tales alimentos, y tuve que emplear mi concentración al 100% para no vomitarle encima a aquel agradable sujeto. Pude soportar las ganas de vomitar, pero la historia continuaba.
Esta vez, el sujeto comenzó a hacer cosquillas en el cuello a sus mujeres, cruzando su brazo por mi línea de visibilidad. Su señora, molesta con la situación, comenzó a repetir incansablemente aquella frase que hasta hoy retumba en mi mente:
—¡Sosiégate, Jimmy! —gritaba—. ¡Por favor sosiégate y deja de molestar al joven!
Habrá repetido esa frase unas 50 veces. Ya reconocía la frecuencia de emisión de su frase, y hasta podía predecir el ritmo con el que la emprearía. Y en eso me "entretuve todo el viaje". Qué agradable sujeto, loco. QUÉ... agradable... sujeto.
Pero no todos mis viajes en micro/bus han sido desdichas. Recuerdo cuando tenía 12 o 13 años y hacía por primera vez un viaje a Tomé por mi cuenta. Me subí a la micro en la Plaza Acevedo y, unos metros más adelante, se subió una rubia hermosa, casi modelo de revista, que dulcemente me pregunta:
—¿Me puedo sentar contigo?
—S-sí —respondí, con la voz de imbécil de un niño de esa edad que ve a la mujer más sexy que se haya podido imaginar.
Su acento argentino me volvió loco. Un cuerpazo que recuerdo casi a la perfección. Encima llevaba una minifalda... ¡Chemimadre! ¿Por qué esa mierda no me ocurrió años más tarde? ¿Por qué tenía que ser cuando era un mocoso que ni siquiera había dado su primer beso? No es tampoco como que hoy sea el amo y señor de la buena charla y la conversación, pero sí soy lo suficientemente bueno como para obtener la información necesaria para pasar al siguiente movimiento. En definitiva, mejor que un niñato de 12 años, el cual sólo atinó a mirar por la ventana y, muy de vez en cuando, mirar las piernas y los pechos de la tremenda mujer que tenía a su lado. Definitivamente, el mejor de todos los viajes en bus que he hecho en mi vida. Nunca más volví a tener tal suerte.
Otra experiencia que recuerdo fue a finales del año 2011, poco después de rendir la prueba de selección universitaria (PSU). Para entonces teníamos un grupo con unos amigos del colegio, en el cual nos organizábamos para ir a la cancha de tierra del mismo colegio para jugar fútbol un par de veces a la semana. Para llegar a mi colegio, debía tomar dos micros: una en Collao, y la otra en Paicaví. Ese día decidí pasar de largo hasta Prat, de modo que pudiera encontrar una micro con asiento, y así fue. Unas calles más adelante se subió una chica que para entonces tenía unos 14 o 15 años. Se sentó a mi lado. No era una chica, digamos, sexy, pero sí que era muy bonita. Para entonces seguía siendo un total fracaso al tratar con mujeres, incluso en las veces que estuve en pareja. Quería hablarle pero no sabía qué carajo decirle. Empecé a pensar en mi mente: "dile algo, hueón. Si no le hablas quizá te arrepientas toda tu vida". Estuve puteándome unos cinco minutos, hasta que me decidí y, sin siquiera saludar, ataqué:
—¿Cómo te llamas?
—Claudia, ¿y tú? —contestó.
Luego de eso comenzamos a conversar sobre los estudios, que yo estaba esperando resultados de la PSU, que quería entrar a Ingeniería Civil Mecánica en la Universidad de Concepción y bla bla bla. Era una chica muy bonita con la que de seguro hubiese surgido una hermosa relación de amsitad; pero claro, el idiota tenía que cagarla. Se despidió dándome un beso en la mejilla y se bajó. Había olvidado pedirle su número, y mucho peor, su Facebook. Hasta el día de hoy me arrepiento de esa estupidez, pero qué le voy a hacer. Echando a perder se aprende, ¿no? Gracias a eso pude mejorar mi estrategia y a conseguir la información a tiempo.
Recuerdo con especial cariño esos días, pues me convertí en un auténtico psicópata que se tomó una tarde entera para buscar entre las miles de "Claudias" que habitan la ciudad de Concepción. Fue una tarea titánica, y pude encontrarla. Le dejé un mensaje pero hasta el día de hoy no lo ha visto. Supongo que algún día, por allá por el 2027, estando ya casada y con tres hijos, se encontrará en su bandeja de spam con el mensaje del psicópata que a finales de diciembre de 2011 le habló en una micro, y que la encontró días más tarde sabiendo únicamente su primer nombre.
Hoy encontré ese mensaje y me dirigí a su perfil. Está realmente preciosa. Una razón más para odiar lo estúpido que era en esos tiempos, y para amar todo lo que aprendí de ello.